Capítulo 1. La luz.
Gritos, llantos ahogados, explosiones y sirenas de alarma, ese fue el último concierto que escuché en mi vida. Luego de eso, fue solo silencio, un largo silencio que al inicio me hizo sentir ansiedad, pero, tras un tiempo indeterminado, me dejé llevar y poco a poco perdí todo lo que alguna vez fui.
Acepté dejarme llevar al otro mundo.
¿Sería el Cielo o el Infierno?
Habían muchas almas reunidas, dejándose llevar por una corriente astral hacia lo más alto y brillante que se podía sentir. Yo, al igual que ellas, me dejé llevar y la sensación se hacía más reconfortante a cada momento. Era el último adiós de lo que restaba de mi ser.
¿Pero eso era todo? ¿tal es el destino que le depara a cada alma del universo?
¡DEFINITIVAMENTE NO! ¡Esto debería ser jodidamente más divertido!
“Dios, si mi destino es ser uno con el universo espiritual, ¿cuál fue el sentido de tantas miles de creencias religiosas, creaciones artísticas, ideologías y doctrinas espirituales? Si me merecía el Infierno, esperaba sufrir y hacer sufrir a otros, buscando ganar un lugar seguro en el inframundo, o por el contrario, si me correspondía el Cielo, anhelaba la vida de placeres superiores, con ambrosía y querubines que satisfagan mis necesidades. Sin embargo, y consciente que son mis últimos segundos de existencia, tengo una sola queja.
¡¿Dónde está la diversión, las aventuras y… MIS MALDITOS SUPERPODERES?!”
Una risa escalofriante fue el último recuerdo de ese momento.
Definitivamente no me fusioné con el universo, después de todo, sigo pensando, prueba suficiente de mi existencia. El problema actual, es que llevo encerrado mucho tiempo en un cuerpo extraño. Al inicio imaginé que el destino se burló de mí, reencarnándome en un gusano deforme y con escasas esperanzas de vida. Bueno… sería justo como castigo por no conformarme con la gran fusión espiritual con el universo.
Mientras me preparo para morir en este cuerpo deforme, siento por primera vez algo distinto a mis pensamientos, algo se conectó a mí de alguna manera, permitiéndome sentir la totalidad del cuerpo en el que se hospeda mi espíritu. Siento manos, pies, dedos y un ¡cuerpo completo! definitivamente esto no es un gusano. Poco a poco intento adaptarme a este cuerpo, sin embargo, no me puedo mover pues estoy confinado a un espacio reducido y amarrado a él desde mi ombligo… no hay manera de pedir ayuda, floto en un líquido que creo que me permite respirar pero mi voz no sale de mi boca.
En mi último esfuerzo desesperado, intento abrir los ojos pero no hay luz, nada que me pueda ayudar hasta que… en un momento, emergió de la oscuridad un punto brillante, que parecía palpitar y llamarme con ansias. Era mi luz de esperanza, sin remordimiento extiendo una de mis manos y me aferro al brillo misterioso, rogando que suceda lo mejor.
Capítulo 2. Gracias.
Mi nombre es Hellim y, junto con Alder, somos una familia recién formada. Hicimos nuestros votos ante el altar, adquirimos una choza en una zona agrícola, y nos ganamos la vida con esfuerzo para lograr nuestros sueños. Un bebé es todo lo que nos falta para sentirnos completos, hemos estado intentando crear el primero de muchos y muchas que vendrán después, traerán luz a este hogar y seremos felices juntos. “Dioses, escuchen nuestro ruego”.
Cuando mi cuerpo comenzó a crecer y cambiar, supimos que nuestras plegarias a los dioses fueron escuchadas. Cada día oramos y entregamos los sacrificios correspondientes a cada uno de los 66 dioses que nos gobiernan. Incluso cuando el embarazo estaba avanzado, lo seguimos haciendo, rogando por la buena suerte y salud del bebé en esta vida.
En este momento, un sacerdote del dios 57, Thij-Lhb, vino a nosotros a repartirnos las bendiciones anuales. Minutos antes de su bendición, le explico nuestras ansias de ser padres y todos los sacrificios que hemos dado en ofrenda, dejándonos al límite del sustento económico. Cuando descubre que le hemos rezado diligentemente a cada uno de los 66 dioses, pone una cara difícil de interpretar.
“¿Sus padres tenían esa tradición también?” nos pregunta, examinándonos con preocupación en su mirada, deteniéndose en mi vientre y realizando unas cortas anotaciones en su libreta. Cuando le respondo que solamente adorábamos al dios 41, Kgna, su mirada se vuelve aún más inquieta. “¿Y por qué entonces ofrendaron sacrificios a los demás 65 dioses?”
No tuve respuesta a su pregunta, con Alder nos miramos con preocupación, y ahí supe que las ofrendas fueron fruto de esta conexión especial entre él y yo, el amor nos llevó a adorar a cada dios con la esperanza de ser escuchado. Ignorando al sacerdote, nos besamos apasionadamente por unos segundos. Tras esta escena hermosa de amor, el sacerdote nos interrumpe aclarando su garganta, mostrando su mano con un disco lleno de extraños garabatos y líneas en patrones complejos. Me pide que sostenga su otra mano y acerca el disco a mi vientre.
“Esto no es una bendición de Thij-Lhb propiamente tal, sino que es un artículo mágico para desinfectar zonas con contaminación de bendiciones. No son los primeros que dan ofrendas a muchos dioses, pero algunas veces eso ha traído más enfermedad que salud. Para evitarlo, por favor no suelte mi mano hasta que se lo indique, por mucho que pique, ¿me entiende?”
Doy mi consentimiento con algo de vergüenza por nuestros excesos de sacrificios, pero dentro de mí no existe ni una pizca de remordimiento. Acepto el ritual del sacerdote para que se apresure en abandonar nuestra casa, sin embargo, el disco en mi vientre comienza a emitir un brillo distorsionado, como si fluyera la energía en una especie de pulso, como el latido de un corazón. Alarmada le pregunté si lo que sucede es normal, pero el sacerdote cayó en un profundo trance, con ojos en blanco y derramando espuma por la boca. De pronto sufrió fuertes espasmos y cayó desmayado al suelo.
Rápidamente intento inclinarme para ayudarlo, pero un dolor comienza a crecer en mi vientre. Me aferro desesperada a Alder, tratando de escapar del ardor en mi piel, mi carne y mis vísceras, pero, en vez de reducirse, sigue intensificándose. Horrorizada noto cómo rápidamente mi vientre incipiente se infla más y más al pasar los segundos, presionando todos mis órganos interiores y haciéndome vomitar del dolor.
Cuando siento que mi lucidez se acaba, siento un líquido caliente derramándose entre mis piernas. Esto no debería estar pasando, aún quedaban muchos cambios de luna antes del parto, pero siento como si todo se hubiera adelantado hasta este preciso momento. Mientras pierdo mi último destello de consciencia y me entrego al destino, mis últimos pensamientos se dirigen a cualquiera de los 66 dioses que escuchó nuestras plegarias. “Gracias”.