Me gusta la risa, esa que surge de un modo incontrolable y en situaciones insospechadas a veces.
Me gusta la naturalidad de un bebé con sus berrinches y sus carcajadas, su energía arrebatadora sin esfuerzo, su expresividad y sus ganas.
Me gustan la paciencia e insistencia de un gato, su curiosidad, su cabeza alta y su postura siempre elegante. Y su rutina, con ese reparo que tienen ante los cambios que termina por volverlos camaleónicos. Así como la bondad, la dulzura y la alegría que consigue transmitir un perro.
Me gusta la brisa marina, el olor a leña y la esencia de los bosques.
También me gustan las personas desinteresadas, las que son reales, van de frente, se cuestionan, luchan y son libres.
Cuando el miedo viene a definirme rebusco y rescato todas esas valiosas habilidades que esos seres superiores nos legan porque para el ser humano adulto es muy fácil entrar en la rueda de seguir generando infinitos, como dice la canción. Necesita algo a lo que agarrarse: motivación, inspiración o risas contagiosas.