Y la pateó en el hocico. Que era bobo, que era un mongólico, decían. La perra chilló, era muy noble para morderlo, intento moverse del rincón del patio donde estaba, no pudo, estaba más pesada que de costumbre. Él no pensaba, pero se sentía fuerte. Le metió otra patada, ahora en el lomo, la perra chilló otra vez. Actuaba diferente cuando iba al colegio, de nada servía, se turnaban para joderlo y a menudo le pegaban. Se le escapó al niño por entre las piernas y empezó a ladrar pidiendo clemencia, era lo único que sabía hacer el bello animal. Ella era más vieja, no tuvo oportunidad, él la arrinconó en la reja. Que su mamá siempre le respondía los mensajes, mentía. La pateó otra vez, ahora en el vientre, la perra jadeó, estaba encinta. Él no razonó, dos o tres veces más la pateó y el acto impío estaba hecho, los cachorros ya no nacieron y su sacro cuerpo alimentó el suelo por meses.