Llevo, ya no sé, quizás más de media hora sacándome la mierda de las uñas con un palillo. Los ojos ensangrentados que me arden porque antes me he pasado más de dos, con ellos fijos a la pantalla del móvil, la tele de fondo. Así que voy a tientas, menos mal que soy delicada e intuitiva.
Mi lumbalgia, cómo no, muy agravada. Me miro de reojo en la luna de mi armario y elijo creer que ese espantapájaros de ahí no soy yo. Que esa maraña sucia e indecente no es mi pelo. Que esas lorzas con la partida ganada al disimulo son las de otra. Y la cara también de otra, por supuesto.
Pero no todo es desafección, como doy muestra ahora a través de este cometido. Aunque me valgo de ella para dotarlo de contenido en una suerte de metadesidia. Ignoro si alguien ya había acuñado antes así el recurso.
Ahora queda esperar y es la espera justamente el fin de esto, porque es ahí donde si acaso podré encontrar algo de emoción. Luego de que te hayan leído, comentado y pasado el tiempo, de nuevo la nada. Y otra vez a mis juegos de mugre de las horas muertas.